La Venus de los perversos Capítulo XVIII


Una confesión inesperada

La Venus de los perversos
Capítulo XVIII
Literatura
Julio 02, 2021 11:36 hrs.
Literatura ›
Magda Bello. Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2018 › Líderes Políticos

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La Venus de los perversos
Capítulo XVIII

Una confesión inesperada

Por: 𝗠𝗮𝗴𝗱𝗮 𝗕𝗲𝗹𝗹𝗼

Los campanazos me exaltan por las mañanas, la imponente basílica cual vigía pesquisa mi ventana, ¿quién fuese gárgola volando hacia a mí? Vengan elévenme sobre imaginarias nubes, aclaren mi dantesco camino ¿En qué pensaba Sansovino cuando decoró con mármoles mi endurecido balcón? - Corrí en busca de mi amada, no afrontaré la idea que mi propio amigo asome en sus labios y en su espera bajo el puente Rialto, risas perniciosas, cosquilleos, carcajadas, ¿quién diría? Oletea Pisani jugando a roces con Atilio Cirino. Besándose como amantes.

¡Véanme, desgraciado en su mutismo, oculto entre leños mojados que no arden hoguera, polizonte de escotilla de navío francés. Marcaban eternas aquellas horas, hasta que, el llámese amigo, se alejó entre la bruma de la calleja.



- La zagala me besó con descaro, su abrazo sepultó mi orgullo, dos noches de abril bastaron y como brizna de otoño irrumpí su antro profanado, ni el mismo infierno atizaba mi odio con sus llamas, sin antes advertirle, ¡no soportaría otro encuentro entre ellos!, de lo contrario, no la vería más.

Solíamos andar por la Rivera de la piazzetta, contando las campanadas, entre su amor y el arte elijo los alcázares, aquel monasterio con frescos de Tintoretto, Veronese, Giorgione....

- ¡Ubaldo! ¡Ubaldo! ¡Ubaldo!- a mi encuentro un jovenzuelo.

- ¡Habla muchacho, cuál es tu apuro!

- Antes, tienes que darme una moneda- me timó el aprovechado

- ¡Toma tu moneda! —lanzándosela por los aires -

– habla de una vez por todas-

- Atilio furioso, grita a los cuatro vientos que eres un traidor, desafiando a duelo, si te acercas te mataría.- Advertía el joven espantado.

- Tranquilo!, no inquietes, de niño escapé del leviatán en los mares y si de naufragar, moría con dignidad.

Avancé por mi camino empedrado, con paso menguado, viendo de lejos, la taberna del Ángel, inhalaba el aire rencoroso de un amigo.

¡Venecia! Venecia la grande, ¡Venecia la magnífica! La compositora, la poetisa, madre de príncipes, mecena de arte, tus violines embrujan al más temido bárbaro, me atrapas sin derechos. ¡Oh si la juventud me percatase! No hubiese sucumbido al amor y ahí en el santo rincón donde mi madre me agobiaba con sus consejos alumbrando mi destino con su candelabro de siete brazos, una carta escrita por Atilio, se había ido, arrasó con sus pinceles, sus lienzos, nada sería igual, una magna amistad es tan frágil con el golpe de una traición.


Confesión inesperada  (Carta de Atilio a Ubaldo)

Confesión inesperada (Carta de Atilio a Ubaldo)

Confesión inesperada
(Carta de Atilio a Ubaldo)

"Como recordarás llegué a tu estancia procedente de Jerusalén con la aspiración de retomar mi carrera de pintor, en altamar apenas dormía pocas horas, memorizaba tu nombre Ubaldo Caprisi, joven pintor veneciano, me esperarías en la ciudad de los cigüeñales, En nada cambió mi vida, te llegué amar más que un amigo, eras mi hermano."

Cambiaron los vientos, nos llegó el crudo invierno en forma de mujer, como la sirena que atontase a los marineros, nos rendimos al dulce cántico de una nereida. El viento nos sopló en control, nuestro navío naufragó al alba. Empeora a cada momento nuestros agravios, bebiendo el brebaje que nos preparó la vida misma. Si fuese adivino no hubiese rogado que fueras conmigo al festín de la muerte, la paradoja en sus aguas, el parpadeo de búhos, aleteo de aves rapiñas. ¡Cómo anhelo no estar aquí, huir con los vientos del norte! antes que la tristeza acabe conmigo.

Cuando leas mi recado, será de noche. Te espero junto a la Basílica, la que amas, y encaremos un duelo, ¿Qué mejor, perder la vida en un estallido de estrellas, veamos quién volará a las pléyades. Algunas las he visto, soñaré que duermen junto a mí, también junto a ti. Me voy en son de paz con la mar, menos contigo. Pagué nuestras indulgencias al arzobispo, derramará violetas por cada semilla que muera, no renaceré en el suelo donde no nací. Siente amigo el cielo abrazándonos. Deja tu pena izada a la azotea y apresúrate a nuestro encuentro de muerte. Mi amor por ti, es un leño fogoso ¿Dime Ubaldo en verdad amas a Oletea? no mientas, conozco el antojo egoísta de un hombre, cuando anhela poseer tierra ajena, lo tuyo no es capricho, es maldad concebida, esa mujer fue mía.



¿A quién de los dos amará? Mi espada y tu espada es la señal del cielo ¿Los sentimientos que por su dulzura me tienen acongojando, serán más sombríos como Invierno cuando huye el sol, y deja que la luna enseñoree la tarde.

¡Oh, anhelar un despertar en sus pechos y soñar con los arrecifes, los moluscos, delfines y juntos, el génesis de la vida! ¡Oh, amor distante, amor perturbado, a la palabra marchita, al beso amargo, a las manos frías!

El mismo viento que nos trae, nos lleva, nos cambia. Las mismas flores nos arriman a sus pétalos rojos, y ruego a Dios por tocar el universo de tus ojos claros.

¿A quién ama mi alma? Desde tu ventana vislumbré la basílica, la mar mojada, tu rostro con mi brisa, mañanero que arrasa la niebla, te acaricie cuando dormías magnánimo. ¿Quién te enseñó el amor de mujer, si mi amor era ostentoso? Como la mares que bate espumas en la arena, recibo tu silencio tambaleando mi cuerpo entregado como sacrificio a su templo.
¿Se puede morir de amor? no se puede, es que estoy muriendo.

¡Ven pronto hombre de mis sueños al puerto de las palomas blancas y hiere con tu espada el corazón que has roto, y si lo contrario nos encuentra, sentirás en plena carne el dolor de un amor no correspondido!. La multitud de gentes aclamarán, un espectáculo de murmullos ¿Acaso no eran hermanos, almas gemelas que se resguardan? Remendemos los hilos de las parcas, con mis manos, tus labios, mi pecho, tu nuca...

Hoy, es el día más triste que el resto del año, vernos enamorados, perdidos con el engaño de una mujer. ¡Mujeres, cuántas pasaron por mi lecho a todas engañé! Esta noche amado mío, te esperaré como suculenta cena de espadas. Advierto que mi anhelo por estar con vos no ha menguado y mi venganza se ha multiplicado. Y confieso en el primer encuentro, no quise develar mis sentimientos por ti, viéndote loco por Oletea, fragüe como militares una estrategia y desviar vuestro amor.
El hombre que merodea millares de mujeres, desea en lo más profundo, el amor ingrato de un hombre.

Calmó mi desesperanza con esta carta hacia un viaje sin retorno ¿Se puede cultivar una flor sin semilla? imposible. Mis sentidos los tienes hechizados.

“Ubaldo amigo mío, amo tu amor y muere con él”. Batiremos espadas, corre amado mío, dirás que estoy loco, harto de tus desprecios. No serán tus besos de Oletea, ni míos. No hallo aliento que devuelva a mi corazón la ilusión. En las tristes noches bajo nuestro techo, con la luz del candelabro que tanto amas, la sombra del taller ante la penumbra de la plaza, suplico. Si mueres, iré contigo, y si vives, eres libre.
𝗔𝘁𝗶𝗹𝗶𝗼 𝗖𝗶𝗿𝗶𝗻𝗼


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